La erupción del Puyehue, al sur de Chile, provocó una lluvia infinita de cenizas en ciudades que habitualmente se cubren de nieve y se llenan de turistas durante el invierno.
En Villa La Angostura, el pueblo más castigado, la gente abandonó sus casas y comenzó a emigrar. En Bariloche hubo cortes de suministro eléctrico, suspendieron las clases en las escuelas y cerraron el aeropuerto.
Pero no sólo el Sur, una región azotada siempre por el frío, sufrió los efectos del residuo volcánico. La nube llegó a Buenos Aires y, por razones de seguridad, se cancelaron los vuelos de todas las aerolíneas.
Así estamos desde hace casi un mes: Sumidos en una gran nube gris.
Ningún poeta pudo imaginarla. Es la metáfora ideal de la tristeza, la soledad y el aislamiento. Es la que nos tapa el cielo, las estrellas y la luna. La que no nos dejó ver el eclipse el 15 de junio y nos condenó a esperar, nuevamente, hasta 2018.
Me he llegado a preguntar si ésto durará para siempre. Y sin embargo fantaseo con volver a Villa La Angostura y Bariloche.
Porque a las dos ciudades las conocí hermosas, ahora quiero conocerlas grises y desoladas. Quizás, como un espejo de mi alma...
Pero entre tanta angustia, el alma siempre encuentra una manera de revertir la adversidad: Hoy me enteré de que, con las cenizas volcánicas acumuladas en la Patagonia, van a fabricar ladrillos para construír viviendas sociales.
Ningún poeta lo habría imaginado. Es la metáfora perfecta de que nunca hay que rendirse y de que todo, en la vida, sucede por una razón.
El Ave Fénix resurge de sus propias cenizas.